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  • whitemanakin

EL ÚLTIMO COLETAZO

“Porto Jofre, Pantanal Norte. Mato Grosso, Brasil. Quien me convoca a estas coordenadas es aquel que no se nombra porque de hacerlo, dicen los locales, se aparece: el yaguareté, el mayor felino de América. Temido y adorado en partes iguales.

Fue Él y la posibilidad de verlo y fotografiarlo, quien me motivó a estar dentro de una lancha abrazado por un calor de 40 grados, a lo largo de diez días, patrullando las costas del río Cuiaba.

Como es sabido, en la Argentina el avistaje de yaguaretés es realmente difícil y son contadas las personas que han tenido la suerte de verlo en estado salvaje. Por mi parte, en seis años de intenso trabajo en el monte misionero, lo pude ver en tres oportunidades, de las cuales sólo una logre fotografiarlo. Con este panorama y ante la necesidad de un cara a cara con este fascinante felino, estar en el Pantanal con su infinita abundancia, por mas cliché que suene, fue un sueño hecho realidad.

El Pantanal no escatimó lo suyo. Todos los días tuvieron sus jaguares, e incluso se llegó a ver hasta 3 individuos distintos en un mismo día. Atraídos por la sombra que ofrecen los árboles de la costa del río, intercalaban descanso, siestas y bostezos, hasta desaparecer por los matorrales. Apacibles se movían, como en cámara lenta. Verlos así de tranquilos y recorrerlos con la mirada desde la cabeza hasta el rabo es un lujo al que uno difícilmente pueda acostumbrarse. Aún así, supe reconocer mi natural expectativa de verlos en acción, pero nada aparecía distinto entre bostezo y bostezo.

Hasta que un día, amaneció nublado y la fiereza del yaguareté decidió mostrarse. Eran las 9 hs y el “piloteiro” divisó uno, que como de costumbre descansaba. Después de un rato, se perdió entre la selva. Por la tarde, luego de dar algunas vueltas, volvimos a ese mismo lugar y ahí estaba ¡¡había vuelto!! Lejos de su actitud apática de la mañana, ahora se lo veía caminar por la costa, concentrado mirando el agua, como “buscando”. Sin preámbulos, se lanzó como flecha al río y a partir de ese momento empezó una lucha feroz con un yacaré negro. Se entrelazaban como dos furiosos bailarines y después de casi 20 minutos, era el yacaré quien luchaba por su vida. El yaguareté con fuerza lo sujetaba. Primero por la nuca y más tarde, hábilmente por la garganta. En el ambiente reinaba un gran silencio interrumpido por los golpes que estas dos bestias pegaban en el agua. Por último, el yacaré dio un último coletazo, ya de despedida. Fue un momento de profunda intimidad con la naturaleza. Es la muerte de uno para la vida del otro. La naturaleza en su más cruda y viva versión.

Por su semejanza con el Chaco Húmedo, es difícil no ser autorreferencial y preguntarse entonces … ¿cuantas veces esta escena se habrá repetido en nuestros ríos y riachos? ¿cuantos tigres criollos habrán predado sobre yacarés en las costas del Río Paraguay, el Bermejo y tantos otros? Hoy sin embargo, se pueden pasar semanas e incluso meses sin si quiera ver un rastro del Rey de América. Yo pienso: El Gran Chaco Argentino, con sus pecaríes, ciervos y venados, osos hormigueros, tapires, muitús, miriquinás y monos aulladores, pumas y ocelotes, el aguará-guazú, ñandúes, charatas, chuñas y tantas otras especies, ¡cómo extraña la presencia del Yaguareté entre ellos!

Apoyar proyectos de conservación de esta especie es importante ya que proteger y conservar el yaguareté es garantía de la conservación de muchísimas otras especies.

Que la fuerza del gran felino de América nos contagie para trabajar con verdadera convicción en la conservación de especies y ambientes de nuestra querida Argentina.”

Emilio White



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